Parque blanco, sin ecos ni juegos. Cómo nos hechiza la superficie intacta de la nieve, el caer acompasado de sus copos, la textura suave y punzante de sus formas... Se deja esculpir con facilidad azotada por el hielo y nos sobrecoge su desnudez y los estragos que provoca. Las “noches blancas” se instalan en tejados, iluminan los cielos, las calles congeladas. La cara oscura de la nieve atrapa autos, derriba árboles, aísla pueblos, nos hace vulnerables al frío extremo de un túnel sin salida. Luces y sombras de un bello elemento que ansiamos, como se ansía siempre lo lejano, lo exótico, las estampas lejanas del Norte de Europa, como postales navideñas o las avenidas nevadas de Manhattan que hemos transitado hace ya años o quizá hemos recorrido de la mano de Woody Allen y sus películas. Hay algo nostálgico en la nieve, un deseo infantil que nos invita a salir a la calle a jugar, a hacer muñecos y tirarnos bolas a pesar de estar a bajo cero. Hay algo mágico en ese manto de la Reina de las Nieves del cuento de Andersen que se ha extendido esta mañana en el parque cerrado. Parece que a su paso, se limpiarán las ciudades, se alejarán los ruidos del tráfico y volviéramos a caminar con cautela, sobrecogidos ante la fuerza de la Naturaleza, ante el encanto de esa blancura gélida, como lo han hecho durante miles de años tantos otros seres. Capturamos su imagen en móviles y cámaras pero hay nevadas grabadas en nuestras pupilas que vuelven con fuerza en estas olas de frío. Nos estremecen los paisajes nevados porque de pronto, viajamos lejos, no solo en el espacio y queremos parar el tiempo y congelar la nieve para que permanezca ese abrigo de borreguito, ese campo de Vicálvaro donde jugabas con nueve años o esas “Noches blancas” de Dostoyevski que imaginaste por fin al caminar por las calles de Moscú. Aún te acompaña el gorro ruso de aquel viaje, la calle Leontievski, la casa de Stanislavski dónde tocaste el pomo de la puerta que a todos los artistas da suerte. Tan lejos me han llevado estas nieves, este paseo del parque sin huellas ni pisadas, estas noches blancas de otro tiempo...